jueves, 1 de enero de 2009

La importancia justa, de la Nodriza de Fedra.


Dos polos del amor, trágicamente opuestos, separan a Hipólito y Fedra, los personajes Hybricos sobre los que descansa la tragedia de Eurípides. Por un lado el de un Hipólito enemigo de las pasiones mundanas, el moderno arquetipo sectario de toda religión monoteísta, simbolizado en una ferviente adoración a Artemis diosa virgen de la caza como la única poseedora de la divinidad, y excluyendo con ello al resto de los dioses, dogmas, y comportamientos. Por otro lado Fedra, mujer apasionada y tempestuosa, y a su vez poseída por Afrodita, la diosa que encarna el deseo y que por los designios de esta y ante los desprecios de Hipólito, cae enamorada en desmesura enfermiza, de su hijastro completamente opuesto.



En el medio y en su justa medida, como mandan los cánones griegos, se encuentra el personaje de la nodriza, el más cercano al mandato délfico de la moderación. Que llega al monologo que nos ocupa, después de haberlo pensado dos veces, y entre el parlamento preparado, que le da la experiencia de la edad, y dando por sentado que todo sentimiento es de inducción divina, aun sin saber que este caso es totalmente cierto, aconseja como medicina el atrevimiento, “¡Atrévete a amar!”, exclama, “bien lo ha querido así un dios”. ¿Son los Dioses dueños de los actos?, como cita Nietzsche en su libro “El culto griego a los dioses”, “los barcos no avanzaban por el desplazamiento de los remos en el agua, sino porque el acto ritual de este movimiento incitaba a una fuerza divina del mar a desplazarlo”, en los hechos de cada día se hallaban los dioses, siempre presentes y todo sucedía por designio divino. La vida humana entonces, no era más que un sin vivir, y no hay tregua a sus dolores. El personaje de la nodriza ocupa el espacio, como hemos visto, del sentimiento moderado que la experiencia aporta, y aparte el de rellenar un silencio que por desmesura Hybrica de origen divino, corta la comunicación entre los dos personajes principales. Es claramente visible que la Nodriza habla de más, pero la tragedia ocurre porque otros hablan de menos, encerrados en una especie de limbo sectario, simplista y esquemático como todos. Cuanto menos dioses, menos prisma.


“La importancia justa, de la nodriza de Fedra”, seguimos con el título del ejercicio, hemos posicionado así la palabra justa como adverbio de cantidad, para hablar ahora de justicia. Una Nodriza es la mujer que amamanta o cría niños que no son suyos, bello por donde se coja, la experiencia personificada, ahora, Nodriza es también la que solo atiende a las razones de su camada, es la docencia natural del pecho materno. Es entonces de justicia, su manera de actuar impulsiva ante la muerte anunciada de su prole, el estado Hybrico de Fedra, unido a sus claros conocimientos de tragedia, le anuncian que el banquete está servido y el drama corre, la Nodriza hace lo que tiene que hacer para acabar de funcionar como personaje clave, pero se encuentra dos maneras de posesión, el voluntario extremismo religioso de Hipólito y la divina abducción de Fedra, es dueña entonces la nodriza de un desencadenante trágico, ante la desmesura que no entiende


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